Deseo aprovechar la oportunidad que me brinda mi querido amigo César, para verter algunas consideraciones producto de reflexiones más o menos ocasionales y desordenadas sobre el hecho musical y su conexión con el mundo. Y comienzo por indagar la razón por la que la música, el fenómeno musical en concreto, ha perturbado, conmocionado muchas veces, a la gran mayoría de las almas con humanidad; pues en contra de la opinión generalizada, no todos los humanos se llevan bien con su alma, del mismo modo que tampoco participan del amor a la música.

¿Por qué un acto sonoro es capaz de trascender el hecho físico y conectar con el interior de los oyentes?

Seguramente haya muchos tratados de toda índole intentado dar respuesta a la pregunta de por qué un acto sonoro es capaz de trascender el hecho físico y conectar con el interior de los oyentes, hasta el extremo de despertar algo en sus intimidades que los encadena a los sonidos escuchados. No he leído hasta ahora tan solo uno que haya sabido describir con solvencia esa conexión. Unos la atribuyen a un proceso meramente psicológico, otros a un aprendizaje, una enculturación, y otros incluso llegan a atribuirla a un residuo de nuestro pasado ancestral. Seres irracionales, habituados a distinguir lo peligroso de lo amable en la Naturaleza gracias al sonido con que se relacionaba. No creo que la solución se encuentre en la exhaustividad de las respuestas. Como en filosofía, no cuentan estas provisionales respuestas, sino solo aquella interrogación principal proveniente de incesantes inquietudes que cada individuo, con su propia experiencia, fue incorporando y transmitiendo a lo largo de generaciones. Por tanto, se trata de definir la maravilla que convierte en arte una serie de sonidos encadenados, el sortilegio que crean y consigue embelesarnos y trascender de nosotros hasta llegar a admitir un mundo exclusivo de sonidos que nos gusta oír una y otra vez. Este fluctuar sobre el silencio vacío es fenómeno en el sentido estricto, en definición de Kant aquello que nuestros sentidos aprehenden de una realidad a la que por sí mismos no pueden acceder.

El fenómeno musical ha convivido con el hombre desde que éste adquirió estatuto de ser humano, lo cual ni los mejores y más precisos estudios paleo antropológicos han podido hoy en día fijar. Están aún sujetos a debate entre las distintas escuelas las cuestiones mollares, principalmente la de determinar el momento en que un simio se convirtió en Hombre. Pues bien, personalmente considero que si una condición de ser humano es que estos prehomínidos lograron abstraerse de su realidad brutal de algún modo, este punto estaría en el momento en que distinguieron los sonidos y supieron solazarse con aquéllos que no guardaban relación directa con sus quehaceres prácticos.

Marcando el ritmo con golpes en el suelo o sobre un tronco de árbol

Porque de todas las artes, las bellas artes, es sin duda la música la más ancestral de todas, bastando quizá para argumentar esto el hecho de que posiblemente la canción más humana, la más antigua de todas, fuera la que la primera Eva cantara a su primogénito. Canción nacida después de haber ensayado toda clase de gruñidos, siseos o silbidos, comprobando quizá más adelante que marcando el ritmo con golpes en el suelo o sobre un tronco de árbol con un palo, con la frecuencia del corazón, la criatura se aquietara y posteriormente se durmiera apaciblemente si con la voz acompañaba dicho ritmo. Las bases ancestrales de un arte que no precisaba para existir de artilugios, herramientas ni soportes especiales, me sirven como argumento para sostener que la música como arte “rupestre” fue anterior a las artes figurativas, y por tanto la primera manifestación artística del hombre.

Amparándome en esta fe, el carácter primigenio de la música como arte esencialmente humana, me apremió quizá con demasiada vehemencia a dudar de la humanidad de cualquier persona incapaz de ser conmovida, o al menos concernida, por la música, entendiendo como música cualquier fenómeno sonoro con tono, timbre, intensidad, ritmo y volumen. Por eso sostengo que hablar de música, comentar la música que se escucha podría constituir la actividad más humana que puede concebirse en un ente racional.

Es la única de las artes que nos llega antes de nacer

Nacemos, pues, con la música en la sangre. Es la única de las artes que nos llega antes de nacer, nos rodea, está con nosotros, inunda por entero nuestro mundo interior previamente a ser independientes. Nos viene por conducto interno, en la placenta, con el alimento, el hablar y el cantar de nuestra madre. Antes de ver la luz se nos está induciendo a una ulterior preferencia auditiva, a un acto de razón: cómo hemos de valorar el silencio y distinguir entre el caos del ruido y el cosmos de la música.

Y con lo mismo morimos, pues parece estar demostrado que cuando acabamos, el último sentido en dejarnos es el oído, el último estímulo de nuestro cerebro es el auditivo, y quizá por ello la canción fúnebre tiene por este sentido de transitoriedad. Los actos tribales de cantar al moribundo para facilitarle la travesía al más allá parecen basarse en esta creencia ancestral consistente en acunar al que se va de la misma manera que se acuna al que llega. Y esta admirable facultad de la música, facilitando el paseo entre mundos, se traslada al espacio, al sidéreo, al firmamento y sus esferas celestes, los cuales, en opinión pitagórica emitían una melodía tan terrible que los oídos humanos no podían escucharla para no morir de pánico.

Las futuras generaciones tengan al menos la oportunidad de escuchar la música de todas las épocas

futuristic image of people listening to music

Sobre esto es preciso insistir para procurar que este mundo y las futuras generaciones tengan al menos la oportunidad de escuchar la música de todas las épocas, y puedan distinguir lo bueno de lo horroroso, lo meritorio de la basura, lo clásico de lo extemporáneo. Hasta el cine nos ha mostrado lo imprescindible que resulta la música para “emulsionar” las imágenes, darles textura y concentrar su emotividad, porque lo que hace llorar y conmoverse al público no son las imágenes, sino si éstas van acompañadas de una música que eleve su mensaje hasta lo abstracto, que las doten de sentimientos. George Lucas ha confesado que se desesperó de su Guerra de las Galaxias cuando solo veía imágenes de unas naves de juguete chocando entre explosiones, y únicamente dejaron de parecerle ridículas cuando John Williams dejó caer sobre ellas un inmenso aparato sinfónico, que convirtió aquellos patéticos juguetitos en auténticas naves espaciales combatiendo en un espacio infinito.

Su esencia vital de compañera inseparable en la vida humana

Como ensayito inaugural ya me he pasado hace dos párrafos. Y creo casi abusivo el haber sostenido con tan solo una conjetura el carácter primigenio de la música entre las artes, su esencia vital de compañera inseparable en la vida humana, la incompletitud de una existencia en el silencio. Pero es que creo que la especulación, la sincera exposición de vivencias y de experiencias, es necesario expresarlas para el despertar de las conciencias, pues de la discusión sale el debate y del debate, el acuerdo. Y no creo que se precisen más y más páginas en las que haya que andar justificando cada aseveración echando mano de una bibliografía a veces no consultada, como ocurre en el penoso fluir del pensamiento académico. Y reivindico el sano intercambio de pareceres entre seres humanos de raciocinio directo y mente formada, la sabiduría está en esto no en la clase magistral, cuyo carácter no es el que yo deseo dar a esta colaboración mía.

Así me libero para terminar definiendo la música como actividad dadora de vida, la realidad de lo cotidiano, pues ella es un trozo de tiempo saturado de vibraciones que nos llegan sin querer, que nos conciernen y sacuden sin contar con nuestras intenciones, a veces detrayéndonos de nuestros quehaceres. Y esto es porque donde hay música, hay vida.

Cuanto podemos conmiserarnos de quienes jamás pudieron oír las pasiones de Bach

La música es un arte que hay que actualizar de continuo, y además de forma vicaria, nunca directamente. Solo se actualiza por medio de unas personas especialistas en convertir en sonido un criptograma con un sentimiento nuevo y arrollador que unifica todos los oídos presentes en un acto único de amor conjunto hacia esos sonidos mágicos y ya eternos. ¡Cuánto podemos conmiserarnos de quienes jamás pudieron oír las pasiones de Bach porque nacieron antes que él, y del pobre Bach que se perdió a Mozart, a Beethoven, a Brahms, como el padre a su hijo póstumo! ¡Qué gozo haber nacido después de ellos!

En el respeto que hemos de guardar a las piezas musicales que han acariciado oídos que nacieron y murieron con ellas, que formaron parte de su realidad, tenemos que procurar que la música pueda ser oída por los que vengan tras nosotros. La música estará viva cuando los sonidos escritos se conviertan en sonidos reales, con los instrumentos previstos, bien afinados, bien tocados, a tiempo, todos a una en concierto.

Este fenómeno cotidiano, elevado a arte desde las edades oscuras, necesita ser redescubierto para la gran mayoría de los que vivimos aquí y ahora, aplicar la voluntad de renovar el viejo anhelo, ahora un poco descuidado, de colocarse bajo la línea que separa la realidad del fenómeno, y elevar su perfección hasta situarse justo debajo de esta línea divisoria: alcanzar lo que está sub lime. Y esto me lleva a despedir este estreno en la web “Più Mosso” transcribiendo el último párrafo de la invocación a la música que el premio Nobel de literatura Romain Roland escribió para el frontispicio de la veterana “El Mundo de la Música” de Sandved:

Música que acunaste mi alma dolorida, haciéndola firme, tranquila y alegre al inundarla de amor y de bondad, quiero besar tu boca pura, esconder mi rostro entre tu cabellera de miel, apoyar mis pupilas abrasadas en la dulce palma de tus manos. Cuando cerramos los ojos y nos callamos veo la luz inefable de tus ojos, bebo la sonrisa de tus labios mudos, y acurrucado sobre tu corazón escucho el palpitar de la vida eterna

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